martes, 31 de mayo de 2011

Nuestra Señora de Guadalupe llegó a las montañas de Manabao.

Nuestra Señora de Guadalupe
Artista: Iris de Mondessert
Manabao, Rep.Dom.

Desde los primeros tiempos, la diosa ha representado a la madre dadora de la vida y del alimento que la sostiene. Ella, la virgen, nos guía en nuestro camino hacia la eternidad. En tiempos lejanos llamados paganos, la virgen era la esencia de la Tierra. De ese modo, Isis la madre de Egipto recorrió las tierras calientes, transformando el árido paisaje del desierto en un fértil jardín de vida.

En otras tierras, Ishtar era la patrona de los pueblos que sembraban en los meandros de los ríos Tigris y Eufrates, las cunas de la humanidad. Tara en cambio, era la madre de los tibetanos, Quan yin de los chinos, Ixcheel de los mayas, Chachihuitlicue la teotihuacana, himalma madre de Quetzalcoatl y Coatlicue Tonantzin Tlalli para los meshicas.

Cuentan antiguas historias que al cerro de Tepeyecac acudían las personas 52 días antes del nuevo año, para ofrendar y gradecer el milagro de la vida a la madre tierra, señora de la falda de serpientes.

Al otro lado del mundo el milagro de la maternidad se manifestó en María. Sus apariciones por muchos lugares de la Europa medieval la mostraban con el niño en brazos. En España, la tierra de nuestros colonizadores, y uno de los países con más fervor religioso, se habla de varias apariciones en Extremadura, durante la lucha de los españoles contra los musulmanes, en el Río de Lobos (Guadalquivir) por lo cual la llamaron la Señora de Guadalupe.

La protección brindada que hizo posible el triunfo sobre los musulmanes, hizo posible que nuestros ancestros españoles se lanzaran a la conquista de nuevas tierras acompañados del estandarte de la Diosa. Al llegar a Mexico, la sangre de la conquista bañó Tenochtitlan, mientras la peste recorría las calles buscando nuevas víctimas.

Los sacerdotes del nuevo culto quemaron los templos de sus conquistados, destruyeron sus costumbres y persiguieron a sus sabios. Los príncipes se transformaron en mendigos y sus hijos en esclavos, los viejos cultos fueron declarados en pecado y aquellas ofrendas a Tonantzin Coatlicue Talli en Tepeyacac, penadas con la misma muerte.

La Virgen recibiendo ofrendas de los indígenas en el jardin de la Basilica.

Las reuniones estaban prohibidas por resultar amenazadoras, el sonido del Huehuetl se convirtió en algo demoníaco, los Atecocollis que llamaban a los viejos y desparecidos dioses eran anatema. Solo las guitarras tenían permiso para ser tocada, las que los indígenasn fabricarían de las conchas de los armadillos, para no olvidar su amor por Tonantzin Tlalli.

En esa confusión y caos, cierto día apareció una pintura sellada en una humilde tilma indígena. Se trataba de una hermosa mujer morena, cubierta en un manto de estrellas, iba vestida con flores, llevaba como símbolo a la tierra y parecía brotar de la misma luna. La hermosa aparición fue testimoniada en 1556 con motivo de la remodelación de la ermita del ahora Cerro del Tepeyac. Se dice que fueron escritos por el indio Valeriano o tal vez por el mestizo Luis Lasso de la Vega.

En un principio los hechos se atribuyeron a ese año, pero después se corrigieron y se ubicaron en 1531, cuando según narra el Nicanpopohua, un indígena llamado Cuauhcuatoatl, bautizado luego con el nombre cristiano de Juan Diego, en camino hacia el cerro sagrado escuchó una voz que lo llamaba.

Él le contó a los frailes de una mujer tierna y morena como la tierra, quien además lo había llamado hijo y le solicitó un templo, permitiéndole por milagro grabar su hermosa imagen y así quedó para siempre en la humilde tilma de aquel indígena agraciado. La imagen surgida del milagroso encuentro en el Tepeyac fue llamada y venerada como Tonantzin Talli por los indígenas nahuas, quienes acudían a su santuario par agradecerle con ofrendas como lo hacían con su diosa muchos años atrás.


San Juan Diego

La milagrosa aparición resultó también conveniente para la religión en la que María, la Madre de Jesús, es la intercesora ante Dios de los pecados de los hijos, se apropiaron del culto y rebautizaron la imagen con el nombre de Guadalupe, en clara alusión a la virgen venerada en Extremadura, en su lejana patria.

Sobretodo, surgió de nuevo la Diosa, la virgen con el color de piel morena como el suelo y el manto igual al cielo profundo de México. Al lado del poniente llevaba las constelaciones del verano, y en el oriente las del invierno, tal y como se encontraban en aquella noche mágica. Su venerada figura vestida con flores, lleva al centro de su ombligo el símbolo sagrado del Nahui Ollin, con los cuatro movimientos de los rumbos que conformaron y rigen el viejo y nuevo mundo del Anahuak, imagen del pendón de Panquetzaliztli, se convirtió en guía y sustento de los anhelos de la nueva nación, que nació de un parto doloroso y difícil.

Ella bendijo a sus hijos cuando el cura Hidalgo motivó la rebelión en Dolores y cruzó las fronteras de la independencia en las manos de Félix Fernández, quien se hizo llamar Guadalupe Victoria. Su nombre se unió por siempre al primer indio que fue hecho santo.

Al visitar su basílica, sentí la paz de la reconciliación sellada cuando el Papa peregrino se arrodilló a sus pies para honrarla, mientras el dulce humo de los inciensos del copal de los antiguos ritos paganos lo envolvía, uniéndose con aquellas ceremonias antes prohibidas por sus homólogos.

Sin embargo, pocas veces mi cuerpo ha sentido un estremecimiento más profundo que cuando entre a la capilla de Juan Dieguito. La reverencia y el amor que sentí en aquel lugar, fue experimentado por mi amiga Yraida Carolina que se emociono al igual que yo hasta las lágrimas sin saber que allí descansaban los restos del indio.

Hace un par de meses, Yraida escribió una oración que fue puesta por Iris, autora de la imagen en barro de Nuestra Señora de Guadalupe de Manabao, en una tapa que sella la parte posterior de su cuerpo, mientras 8 amigas miembros del “Club de libélulas” escribían mensajes a la madre y honraban su nombre.

Antes de irse a su santuario en Manabao, la virgen de Guadalupe visito mi casa un domingo en la tarde. Ese mágico día, fuimos bendecida con la lluvia mientras hacíamos una silenciosa reconciliación con lo femenino en los cuerpos de cuatro mujeres (el numero de la tierra), que celebraban a la Señora compartiendo un té de aromáticas hierbas que Iris había preparado.

Honramos el fruto que nos alimenta en los tostitos de maíz con salsa de tomate, en tanto, a lo lejos los sonidos de los atecocollis acariciaban las conchas para enaltecer a la Diosa…la virgen…la madre… la eterna…la que vive y vivirá en nuestros corazones y los de miles de generaciones…

“Madre déjame estar junto al fogón,
déjame estar donde se goza el aroma del maíz,
en ese lugar donde tu creas nuestro alimento sagrado”.

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